Cuando me decidí a comprar mi primera cámara, estaba indeciso, no sabía si valdría la pena tener una cámara digital en la era de los celulares. No sabía tampoco si me iba a gustar tanto fotografiar y el gasto de la cámara no era menor. En ese periodo, estaba pintando al óleo principalmente bodegones, y en un intento por crear espacios exteriores a partir de referencias reales, contar con una cámara fotográfica me permitiría tener guardados recursos para pintar: perspectivas de ciertos paisajes, elementos con formas o sombras particulares, incluso figura humana. Ahí comenzó mi viaje con la fotografía, no sabía qué eran la apertura del diafragma o la distancia focal, no sabía qué era el formato RAW o la composición. Y comencé a fotografiar, primero algunos elementos cotidianos como la taza del café, las flores del jardín y Enano (el cachorro que vive con nosotros)



Y pronto quise continuar explorando otros lugares, la fotografía cada vez me parecía más inspiradora, su hecho esencial de poder encerrar un instante en una imagen me parecía poético, incluso algo naturalmente imposible. Y salí de casa a fotografiar más, en la calle lo que me gustaba era el juego de perspectivas hacia la profundidad, descubrí con sorpresa lo fácil que es admirar el arte en la arquitectura. Y tuve la posibilidad de conocer calles de diferentes países. Retratar con ojo de forastero tiene algo distinto, hay una demora en el que vagabundea que le permite mirar donde otros solo pasan la vista.





Luego fui apreciando los planos más cerrados, pasar de ocupar una distancia focal de 16mm a 50mm fue un gran cambio en mi percepción como fotógrafo.


Mi siguiente cambio, fue centrarme en las formas antes que en los colores, por lo que decidí explorar la fotografía en blanco y negro, primero en tomas cerradas de elementos, texturas o reflejos, para notar que lo que más me interesa de la fotografía son las personas.

Y luego, todo devino en los retratos. El blanco y negro, las personas y los encuadres cerrados fueron un camino inevitable para mí. La versión más existencial de la fotografía me la encontré en las miradas, en la captura de un gesto esencial, en un acto de rebeldía ante el irrefrenable paso del tiempo.



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